jueves, 28 de junio de 2012

Remembranza

"La memoria es el único paraíso de dónde no podemos ser expulsados" 
-Jean Paul

La oscuridad repentinamente tragó todo rastro de luminosidad, todo alrededor se encontraba entintado por la negrura nocturna. El cielo particularmente de esa noche lucía un azul profundo, adornando su manto con pequeños destellos estelares. En otras palabras, menos poéticas y más concisas, un apagón causó aquélla involuntaria belleza.

Ella, una chica joven que no contaba ni con la mayoría de edad, salió de su casa al percatar que ya no había señales de que la luz fuera a volver en un rato. La verdad es que su casa tenía una historia particularmente tétrica y seguro, en la oscuridad no era nada apetecible andar rondando por ella.

Se quedó sentada en la puerta, absorta en la aparente ceguera que aquélla fría y oscura noche ofrecía.
Repentinamente, de entre la oscuridad, apareció una silueta que se dibujaba fina e imperceptiblemente entre las sombras. Un contorno alto, delgado que se asemejaba sin duda a la forma de una persona. Ella supo casi de inmediato de quien se trataba: era el chico que se había robado su corazón, el dueño de sus pueriles suspiros y de todo ese amor primerizo y brutal.

Él se sentó a un lado de ella, casi sin poder mirarse la cara comenzaron una conversación sobre el ambiente lúgubre que se desataba al encontrarse todos los alrededores sumergidos en esa abundante oscuridad.

Pocos minutos transcurrieron cuando la conversación fue interrumpida por una pregunta formulada por parte de él: 
-¿Y si nos vamos? -preguntó con un aire tan serio que parecía no bromear
-¿A dónde si se puede saber? contestó ella en un tono irónico ahogando una sonrisa entre sus palabras
-¡Anda vamos! te prometo que volvemos pronto- insistió en el mismo tono de seriedad

Ella supo entonces que no bromeaba, y quizá dudó por un breve instante pero recordó casi de golpe que él siempre había sido espontáneo y que ésta no era la primera vez que saltaba de su boca una propuesta inaudita, así que aunando este antecedente con el amor poco racional que ella le tenía, decidió aceptar su propuesta.

Salieron a la calle y sobra decir que el ambiente era tan oscuro como el lugar donde antes se encontraban, cada elemento callejero desde una pequeña tienda hasta puentes peatonales perdían cada detalle de sus formas para pasar a ser negras siluetas que contrastaban con el cielo azul profundo que servía de fondo para hacer un gran teatro de sombras. Esporádicamente pasaban automóviles con las luces altas, que al avanzar a lado de la joven pareja, iluminaba sus rostros para después desaparecer a alta velocidad hacia la nada.

Ella insistía preguntando hacia donde iban mientras lo sujetaba fuertemente de la mano. Comenzó a ponerse nerviosa, no sabía hacia dónde se dirigían y, además sus ojos no eran capaces ni siquiera de distinguir algún vestigio o pista de su dirección.

Después de caminar durante pocos minutos, ella pudo vislumbrar a lo lejos calles que eran tenuemente iluminadas por unos faros, esto era mucho decir porque en ese momento parecía ser una mancha naranja suspendida en la negrura de la noche.

Caminaron hacia ese lugar casi tan rápido como sus torpes pasos y atolondrados sentidos les permitían.
Se dieron cuenta entonces que ese lugar era la única fuente de luz que había cerca. Se trataba de un pequeño parque. Tenía forma circunferencial, en el centro se levantaba una vieja y casi destrozada fuente que no tenía ni una sola gota de agua. Alrededor había algunas bancas de color blanco que parecían ser la escolta de aquél lugar. A pesar de ser un somero paisaje, parecía ser extraído de una onírica visión: Los faros naranjas bañaban cada uno de sus rincones, era como si una fantasía ámbar flotara en medio del espacio...

Avanzaron casi sin preguntarse nada al centro de ese pequeño parque, mientras sus manos se apretujaban con cierta fuerza. Ella entonces levantó la mirada para encontrarse con su rostro, que en esta ocasión ya podía distinguir perfectamente: su tez blanca manchada por la luz naranja, su cabello corto y ondulado, sus ojos pequeños y brillantes, su enorme sonrisa... él miraba hacia abajo a su pequeña compañera que al ser él bastante alto no le llegaría más allá de su hombro. Pero sus ojillos encontraron ese cabello negro largo con caída acuosa, esos ojos grandes enmarcados por un par de cejas pobladas. No supieron cuánto quedaron mirándose, cuánto tiempo el silencio se escurrió entre la penumbra, no supieron exactamente si ésa seguía siendo la dimensión a la que verdaderamente pertenecían.

El silencio pronto fue atropellado por un fino beso que se coló entre ellos, un beso extraterrestre, callado, camuflajeado en la débil luz de esos faros... 

Sonrieron como dos niños, mientras se abrazaban con la toda la ternura que sólo uno puede alcanzar cuando el corazón se enamora por primera vez. Caminaron hacia una banca y platicaron, entre besos y risas volátiles . Forjaron una memoria más parecida a un sueño en aquélla noche de penumbras, en aquél parque estático y refulgente, imprimieron ese momento por siempre en la brisa fría de esos ayeres. 

Un momento esculpido en las aras del tiempo. Eso son las memorias.


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