domingo, 9 de febrero de 2020

Historia basada en hechos reales (True love waits in lollipops and crisps)

PARTE 1: EL TIEMPO EN EL CIELO
Había dejado tras de mí los miedos, había superado mis propios límites. Sentía que en esos momentos una lenta transición se estaba apoderando de mi vida, sin vuelta atrás. Así fue mi último pensamiento al cruzar el detector de metales del aeropuerto junto con una maleta llena de sueños  y un boleto sin destino.
Me encontraba haciendo mis últimas reflexiones sentada en la sala de espera, revolviendo retazos de preguntas sin respuestas. Porque en realidad, no las había ya que iba a embarcarme en una aventura para ir tras ellas.
“Asientos del 40 60 con destino a París, favor de abordar.”
Era entonces el eco de la voz que sonaba en mis oídos tan gélida y robotizada, aun así, hizo mi corazón salirse por la boca… Miré mi pase de abordar y supe que a partir de ese momento todo realmente había comenzado.
Localicé mi asiento de un modo algo torpe, el antibiótico que estaba tomando para la gripe y los nervios, bloquearon mi capacidad de coordinar mis sentidos. Me senté sin pensar realmente en nada. Tomé mis audífonos y puse alguna canción aleatoria, tomé un libro de cuentos de terror. Pasé mis ojos varias veces por la misma frase sin entender qué carajo estaba leyendo. Mi corazón comenzaba a acelerarse mientras el avión avanzaba. Poco después, al despegar, las luces de la ciudad con su diminuta refulgencia  se perdían en la oscuridad del cielo.
El tiempo en las alturas había parecido congelarse. Toda la aparente velocidad que ocurría en  tierra, tuvo un súbito aletargamiento. Las voces en francés e inglés del capitán y las azafatas parecían ser más profundas y lentas.

No quise detenerme a pensar mucho en lo que ocurriría. Quería abstraer mis pensamientos lo más lejos de la realidad cuanto fuera posible. No quería pensar en aquélla innegable realidad que llevaba mi corazón nueve mil kilómetros lejos de casa, no quería pensar que la razón de ese viaje se basaba en la existencia de ese hombre que por cuatro años, había habitado en las profundidades de mi alma.
Traté de dormir, pero no podía, pues además de todo mi posición de asiento era lo suficientemente incómoda para no permitírmelo. La música seguía gritándome sus melodías al oído y traté  –después de mi infructuoso intento de leer- de perderme en los guitarrazos de Muse… Pero fue contraproducente, pues esta banda era uno de los puntos de unión más fuertes entre el y yo. Y fue entonces que comencé a pensar en lo que me deparaba, en que en unas horas estaría en París, esperando impacientemente un vuelo que me llevaría hasta su hogar… ¡Barcelona! Mi corazón se exaltó tanto, comencé a sudar, y unas mariposas incontrolables se apoderaron de mis exhalaciones.
Decidí que desde ese momento no podía permitirme pensar más en ello, ¿ya qué había que perder? Me encontraba volando hacia él, lo inminente estaba sucediendo. Entonces desconecté mi corazón y mente porque la tortura del árido ambiente del avión con el pesado paso del tiempo, sólo empeoraban la situación.

A continuación comí una deliciosa comida que no me supo a nada. Dormía a ratos. Mi ansiedad me llevaba a levantarme sin propósito. Era como un zombi sin voluntad que había perdido contacto con sus neuronas.
El tiempo seguía apretando mi respirar, mi semblante pálido y sin maquillaje hacía evidente el paso de la desesperación, el cansancio, los nervios y la enfermedad que coexistían en mi cuerpo. Para continuar mi tortura, constantemente revisaba el mapa del vuelo, siguiendo de forma enfermiza y estática el trayecto que faltaba para llegar a la ciudad del amor.
Pasaban las horas pesadas una tras otra hasta que 10 veces tuvieron que hacerme saber su paso para que esa pantalla que presentaba el trayecto por fin mostrara una pequeña línea que indicaba que, en efecto, estábamos llegando a París.

We will soon start the landing into Paris, please fasten your seatbelts…

Miré por la ventana y en efecto, entre aquéllos grises y pesados nubarrones se dejaba entrever vestigios de pequeñas casas y campos. Estaba entonces descendiendo en la primera parte de esta aventura. Ya había cruzado el Atlántico y de cierto modo me encontraba más cerca de él.
Al aterrizar y caminar por el largo pasillo que conducía hacia el interior del Charles de Gaulle un frío devastador se sentía pasear por todos los rincones. El día era nublado y lluvioso.
 La maldita tos invadió mis momentos de reflexión y súbitamente recordé que estaba enferma y que además de todo aproximadamente en 3 horas me reuniría con él.
El proceso para abordar el avión hacia Barcelona fue lento y complicado:
Me perdí y al pedir ayuda me contestaban en francés sin mencionar a los chicos que “amablemente” se ofrecían a ayudarme, pero al recordar las palabras angustiosas de mis padres en un flashback “No te confíes de absolutamente nadie” me zafaba de su “benevolencia” con un  “No, thank you very much”
Creo que en aquéllos momentos sí que entendí porqué el francés nunca fue mi hit una vez que tuve la oportunidad de estudiarlo.
Después de algunas vueltas, una exhaustiva revisión en seguridad, y una mala pasada con la pedantería de los sujetos de migración, por fin había llegado a la casi milagrosa puerta de embarque 25.

PARTE 2: “(…) ES ACASO DONDE EL ALMA SE ACERCA MÁS AL GRAN FIN POR EL QUE LUCHA CUANDO SE SIENTE INSPIRADA POR EL SENTIMIENTO POÉTICO: LA CREACIÓN DE LA BELLEZA SOBRENATURAL.”

Las pantallas entonces anunciaban a través del cristal: Paris- Barcelona boarding.
Y supe entonces que estaba más cerca de lo que creía…
Entonces ahí estaba nuevamente: sentada- ahora pegada en la ventana- muriendo de frío y con una evidente palidez. Los nervios comenzaron a jugarme malas pasadas: las manos me sudaban casi como una puberta tomando por primera vez la mano de su novio, mi corazón estaba agitado y ansioso, la boca seca y el estómago… revuelto. Tuve que levantarme de mi asiento a vomitar, la tensión estaba en toda su magnitud jugando con mi cuerpo y mi cabeza. Al terminar, me lavé la cara, los dientes y las manos. Me miré en el espejo y era evidente mi desorden. Así que tomé aire y me volví a mi asiento, decidida a cubrir con maquillaje cualquier rastro de todo el proceso que me había tomado vencer al mar pero sobre todo a mí misma.
Miraba por la ventana de un modo hipnótico: Esporádicos rayos de sol se colaban entre las grisáceas nubes que por momentos se juntaban y se dispersaban. Y casi por un momento paseando por el cielo, olvidé que mi vida estaba a punto de cambiar.

In a few moments we will start our landing in Barcelona, please fasten your seatbelts. Thank you for flying with Air France. We hope you enjoy your stay.

Ésas fueron las últimas palabras que escuché con cierta claridad antes de que mi cerebro entrara en un trance al sentir la realidad pegarme en la cara.
Al sentir la fricción de las ruedas con el piso, sentí  como el corazón quería salir, latía tan rápido y tan fuerte que casi podía escucharlo latir.
Tomé mi bolso de y de un modo torpe me levanté para caminar por el angosto pasillo que me llevaría a pisar el suelo que él habitaba.
Al entrar al aeropuerto del Prat, a penas y podía creer que después de 9000 km de distancia, en ese momento sólo me bastaba caminar unos cuantos metros hacia la puerta de llegadas internacionales para encontrarme con el sueño imposible que había surgido cuatro años atrás.

Pronto olvidé un poco esta situación porque ahora me carcomían los nervios de pasar por migración, para la exhaustiva revisión de mis documentos y eso me preocupaba  mucho, temía que algo saliera mal estando ya a punto de terminar la travesía. Por lo tanto busqué con un poco de desesperación la zona de migración tras haber recuperado rápidamente mi equipaje. No veía nada… Me acerqué entonces a un policía que vi para preguntarle por dicha locación. “De dónde viene?” me preguntó
“De París” -contesté nerviosamente
“Ok, si ahí le sellaron el pasaporte ya no hay nada más que hacer, al ser Unión Europea es igual.”
Entonces me di cuenta que la puerta de llegadas internacionales se abría continuamente detrás de mi. Sabía que solamente tenía que girarme y caminar unos cuantos pasos para cruzarla y, que de ese modo, el momento había llegado. El momento, el ansiado, llorado y anhelado momento que había vuelto la imposibilidad una innegable realidad que se encontraba a un giro.

Tomé aire… giré y caminé

El momento que estoy a punto de escribir, puedo jurar que me ha cambiado la vida totalmente. Creo que aun hoy, haciendo una retrospectiva de aquél día, aun me cuesta trabajo comprender el poderoso efecto de ese momento.

De un modo extremadamente torpe miré a mi alrededor y por un breve instante miré a todos y vi un par de brazos se agitaban, volteé de inmediato para darme cuenta que era él, ese rostro que había llevado incrustado en la memoria con sus fotos por tanto tiempo era imposible no reconocerlo.
Me hizo señas para que me encontrara con el del otro lado y juro que caminé tan rápido arrastrando 13 kg de equipaje, sin pensar, sintiendo que mis piernas no eran las que se movían, sino mi corazón que por fin se sentía libre…

Al  tenerlo frente a mí, entendí aquello que dicen que cuando conoces al amor de tu vida "el tiempo se detiene", ya que todo comenzó a difuminarse y a convertirse en un vaivén que giraba sigilosamente a nuestro alrededor. No tardamos nada en apenas mirarnos y abrazarnos muy fuerte. Casi incrédula me sumí en su olor, tratando de convencerme que era real. Levanté la mirada para encontrarme con su iluminado rostro, con esos ojos claros que me miraban con toda la ternura del mundo.
Y entonces pasó: Acercó sus labios a los míos y me besó con absoluta devoción, me besó con tal sentimiento… que yo sólo me dejé arrastrar por esa potente sensación.

La gente seguía pasando a nuestro lado, como si hubiéramos formado una pequeña muralla que alejaba la marea de realidad. 

No podía dejar de besarlo y de sentir que todo había valido la pena, que a través de su presencia y sus besos había demostrado que había vencido al mundo. Él no podía dejar de mirarme y  la verdad es que comencé a  hablar lo primero que venía a mi cabeza, me costaba trabajo creer que todo estaba siendo verdad. Después de un breve momento al platicar sobre ir a su casa, nos pusimos de pie y emprendimos la marcha.

Uno de mis sueños se cumplió cuando el roce de sus dedos se  enredó con los míos y me tomaba la mano mientras hablaba –una ilusión que continuamente había vagado por mi cabeza. 
La melodía de su voz también me encantaba: un acento español que bailoteaba con el tono de sus expresiones, una voz que había estado conmigo a la distancia y aquélla tarde estaba escuchándola en tiempo real, en el mismo tiempo y espacio.

Era una visión perfecta que estremecía toda mi realidad, una magia que nunca se había presentado en mi vida. Y fue así que tuve esa sensación arrasadora de querer estar con él para toda mi vida, era inaudito creer que a penas lo había visto y ya no quería separarme de él nunca más. Y la poca lógica que pude recoger en mi cabeza, era que al fin y al cabo había llegado a casa, había encontrado el lugar donde pertenecía.
Salimos del aeropuerto para subirnos a un autobús. Después sentado a lado mía, lo miré como nunca había mirado a nadie más. Agradecí a la vida a mis adentros por esa posibilidad de encontrarme con el y conjugar nuestra realidad ese 18 de noviembre.
Y fue así que mi vida nunca más volvió a ser la misma.
Ahora estaba Juan…